sábado, 3 de febrero de 2007

REVISITANDO A KEYNES

Reflexiones sobre un artículo

Susan George, Presidenta del Transnational Institute de Amsterdam, escribe un artículo en la edición francesa de enero de Le Monde Diplomatique, donde sugiere que, después de la segunda guerra europea, el comercio mundial habría podido organizarse de manera bien distinta a como resultó del Acuerdo General Comercial y Aduanero GATT que de hecho fue firmado en 1947 , si se hubiera adoptado la propuesta de John Maynard Keynes en 1942, propuesta que fuera defendida por los británicos en la conferencia de Bretton Woods en 1944, pero que luego cayera en el olvido debido al desinterés y la oposición de los representantes estadounidenses en el momento de firmarse finalmente el citado acuerdo tarifario y comercial.

Era la situación de la postguerra. A los Estados Unidos le preocupaba que las naciones europeas, no podían ser sus socios ni contrapartes comerciales mientras no emergieran de la pobreza y de las ruinas que había dejado tras sí la guerra. En ese ambiente se elaboraba el Plan Marshall que devolvería a Europa su poder de compra y su competitividad exportadora, estimulando la industria, la agricultura y el comercio. Por su parte, Keynes ponía mucho énfasis en la estabilidad de la economía, pues se daba cuenta que la segunda guerra mundial había sido desencadenada en último término por la avidez monopólica y acaparadora y por la competencia a muerte por los mismos mercados entre las potencias.

Para asegurar esa estabilidad, Keynes proponía una organización internacional del comercio que lograra un equilibrio mundial entre exportadores e importadores de alimentos y materias primas, por un lado, y entre capitalistas y trabajadores, por otro.

Con esta propuesta, Keynes pretendía hacer frente a la cesantía y restablecer equidad de los salarios. Respecto a las inversiones extranjeras, éstas no deberían servir como base de apoyo para influir en las políticas internas de los países miembros. La propuesta favorecía la creación de industrias para elaborar los productos básicos de cada territorio y la intervención del Estado para estabilizar los precios. En la propuesta quedaban autorizados los subsidios estatales y las propuestas públicas para promover la industria nacional. Se recomendaba el cuidado de los recursos naturales escasos o agotables.

La institucionalidad de esta Organización sería democrática, en cuanto que el derecho a voto no sería proporcional a los aportes económicos de cada Estado, - como es el caso de las instituciones que de hecho nacieron de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial - sino igual para todos: un Estado, un voto.

Keynes había ideado además la creación de un Banco Central Mundial que regulara los préstamos y las inversiones. Se crearía una moneda única mundial, mediante cuya regulación las cuentas nacionales de importación y exportación no arrojarían ni excedentes ni pérdidas al cabo de cada ejercicio anual, pues, según Keynes, tanto la exagerada acumulación de divisas, como la escasez de ellas, desestabilizan la economía y la política mundiales. Para obligar a este equilibrio, Keynes había ideado un mecanismo que imponía una multa sobre los créditos que pasaran de cierto límite, de tal manera que no sólo los deudores, sino también los Estados acreedores, es decir, los que registraran superávit en su balanza de pagos, tendrían que pagar intereses sobre el propio superávit. El Banco Central Mundial confiscaría el dinero correspondiente a esa multa a los países acreedores que no redujeran su superávit, sea avaluando su dinero para no seguir exportando, sea aumentando sus importaciones de los países en déficit. Con este dinero se crearía un fondo de reserva de utilidad común.

Con ello, todos ganarían, también los trabajadores, pues el reparto mundial sería más equitativo.

Pero “el proyecto de Keynes no llegó a buen término”… concluye el artículo. Y el resultado está a la vista: endeudamiento de los países pobres, dependencia creciente de los mismos, aumento desmedido del egoísmo de los ricos, proporcional al aumento de su riqueza.

Hasta aquí el resumen del artículo.

La autora no menciona uno de los factores que gravitaba en los ideólogos del orden económico de Bretton Woods y en el mismo Keynes: la presencia y el dinamismo de la economía comunista soviética, resentida como una amenaza suplementaria contra la estabilidad de las economías capitalistas.

Desde que desapareció este factor, lo que queda en evidencia más que nunca es que la inestabilidad temida por Keynes es inherente a las contradicciones que alberga el sistema capitalista. La libre competencia desatada y sin límites no produce el efecto que Adam Smith atribuía a la “mano invisible” – imagen mítica, tomada sin crítica de la teoría leibniziana de una supuesta “armonía preestablecida” en toda la creación. Ni el egoísmo sin trabas de los individuos, ni la maximización de las ganancias de las corporaciones, se armonizan con un “bien común” o “para todos” que de ellos resultara como por encanto. Muy por el contrario: el desencanto de esa ilusión es lo que se desarrolla hoy ante nuestros ojos en la miseria y pobreza de las grandes mayorías en el mundo.

Hoy ya no sería posible, por cierto, replantear tal cual la propuesta de Keynes de una organización del comercio como él la soñó, pues las circunstancias son otras. Tampoco sabemos si la aceptación de esa propuesta habría traído al mundo la estabilidad que Keynes preveía como su consecuencia. Sin embargo, el hecho masivo de la presente inestabilidad mundial, por un lado, y de la competencia desatada y sin regulación alguna de los capitales internacionales, por otro, llama a reflexionar y a actuar. Ahora no se trata ya de salvar el capitalismo, como entonces, sino de idear caminos nuevos que la humanidad globalizada pueda transitar para sobrevivir en y con un mundo que da muestras de agotarse por todos los costados.

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