jueves, 15 de marzo de 2007

OBJECIONES ROMANAS A UN TEÓLOGO LATINOAMERICANO

Manuel Ossa

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado una “NOTIFICACIÓN sobre las obras del P. Jon SOBRINO S.J.”, aprobada el 13 de octubre de 2006 por el Papa Benedicto XVI en audiencia con el Cardenal Prefecto William Levada, quien la firmó en Roma el 26 de Noviembre de 2006. Las obras que menciona explícitamente la “notificación” son dos: Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret (abreviado: Jesucristo) y La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas (abreviado: La fe)

Esta “notificación” objeta los siguientes puntos de la obra de Jon Sobrino: “1) los presupuestos metodológicos enunciados por el Autor, en los que funda su reflexión teológica, 2) la divinidad de Jesucristo, 3) la encarnación del Hijo de Dios, 4) la relación entre Jesucristo y el Reino de Dios, 5) la autoconciencia de Jesucristo y 6) el valor salvífico de su muerte.”

Afirmaciones de Sobrino – objeciones de Roma

1.- Entre los presupuestos metodológicos, la “notificación” critica que Sobrino diga que el lugar donde se desarrolla la reflexión teológica sobre Jesús sea la “Iglesia de los pobres”. A la “notificación” le parecen objetables las siguientes afirmaciones tomadas del libro Jesucristo Liberador: "La cristología latinoamericana [...] determina que su lugar, como realidad sustancial, son los pobres de este mundo…" (p. 47.): "Los pobres cuestionan dentro de la comunidad la fe cristológica y le ofrecen su dirección fundamental" (p. 50); la "Iglesia de los pobres es […] el lugar eclesial de la cristología, por ser una realidad configurada por los pobres" (p. 51). "El lugar social, es pues, el más decisivo para la fe, el más decisivo para configurar el modo de pensar cristológico y el que exige y facilita la ruptura epistemológica" (p. 52).

La respuesta de la Congregación es que “el lugar eclesial de la cristología no puede ser la "Iglesia de los pobres", sino la fe apostólica transmitida por la Iglesia a todas las generaciones.”

Otro de los presupuestos metodológicos criticado es la forma como Sobrino trata a los Concilios. Según la “notificación” romana, aunque Sobrino “no niega el carácter normativo de las formulaciones dogmáticas, pero, en conjunto, no les reconoce valor más que en el ámbito cultural en que nacieron “.

2.- En cuanto a la divinidad de Jesucristo, las frases de Sobrino objetadas por la “notificación” son algunas como las siguientes: “En el Nuevo Testamento [...] hay expresiones que, en germen, llevarán a la confesión de fe en la divinidad de Jesús" (La fe, 468-469). "En los comienzos no se habló de Jesús como Dios ni menos de la divinidad de Jesús, lo cual sólo acaeció tras mucho tiempo de explicación creyente, casi con toda probabilidad después de la caída de Jerusalén" (La fe, 214).”
A ello, el documento romano opone que la divinidad de Jesús “ha sido objeto de la fe de la Iglesia desde el comienzo, mucho antes de que en el Concilio de Nicea se proclamara su consustancialidad con el Padre.”

Si bien la “notificación” romana reconoce que Sobrino es categórico para decir que “desde una perspectiva dogmática debe afirmarse, y con toda radicalidad, que el Hijo (la segunda persona de la Trinidad) asume toda la realidad de Jesús, y aunque la fórmula dogmática nunca explica el hecho de ese ser afectado por lo humano, la tesis es radical. El Hijo experimenta la humanidad, la vida, el destino y la muerte de Jesús" (Jesucristo, 308)”; sin embargo le critica de adoptar una teología incompatible con el dogma del Concilio de Calcedonia por insinuar que el Hijo de Dios asume la humanidad de Jesús, lo que supondría la existencia de dos sujetos en Cristo: uno humano y otro divino.

3. El documento objeta que Sobrino niegue la identidad entre Jesús y el Reino de Dios, y que afirme que Jesús tenga un papel mediador frente al Reino en razón de su ser de hombre.

4. Otra idea que Sobrino comparte con muchos otros teólogos, pero que le parece inaceptable a la Congregación romana es la que describe a Jesús como un creyente: “Por lo que toca a la fe, Jesús es presentado, en vida, como un creyente como nosotros, hermano en lo teologal, pues no se le ahorró el tener que pasar por ella. Pero es presentado también como hermano mayor, porque vivió la fe originariamente y en plenitud (12,2). Y es el modelo, aquel en quien debemos tener los ojos fijos para vivir nuestra propia fe (La fe, 258).” La notificación romana contrapone: “ La relación filial de Jesús con el Padre, en su singularidad irrepetible no aparece con claridad en los pasajes citados; más aún, estas afirmaciones llevan más bien a excluirla. Considerando el conjunto del Nuevo Testamento no se puede sostener que Jesús sea "un creyente como nosotros".”
5. El documento romano objeta luego lo que Sobrino piensa sobre la conciencia que tuvo o no tuvo Jesús de traer la salvación mediante su muerte: "Digamos desde el principio que el Jesús histórico no interpretó su muerte de manera salvífica, según los modelos soteriológicos que, después, elaboró el Nuevo Testamento: sacrificio expiatorio, satisfacción vicaria [...]. En otras palabras, no hay datos para pensar que Jesús otorgara un sentido absoluto trascendente a su propia muerte, como hizo después el Nuevo Testamento" (Jesucristo, 261). "

En esa misma línea, la “notificación” romana critica también la explicación que da Sobrino del valor salvífico de la muerte de Jesús, en cuanto que esta muerte manifiesta lo que es de veras el ser humano en que ha soñado Dios: “Lo salvífico consiste en que ha aparecido sobre la tierra lo que Dios quiere que sea el ser humano […]. El Jesús fiel hasta la cruz es salvación, entonces, al menos en este sentido: es revelación del homo verus, es decir, de un ser humano en el que resultaría que se cumplen fácticamente las características de una verdadera naturaleza humana [...]. El hecho mismo de que se haya revelado lo humano verdadero contra toda expectativa, es ya buena noticia, y por ello, es ya en sí mismo salvación [...]. Según esto, la cruz de Jesús como culminación de toda su vida puede ser comprendida salvíficamente. Esta eficacia salvífica se muestra más bien a la manera de la causa ejemplar que de la causa eficiente. Pero no quita esto que no sea eficaz " (Jesucristo, 293-294).”

A esta concepción, el documento romano le objeta que “la redención parece reducirse a la aparición del homo verus, manifestado en la fidelidad hasta la muerte. La muerte de Cristo es exemplum (ejemplo) y no sacramentum (don). La redención se reduce al moralismo. Las dificultades cristológicas notadas ya en relación con el misterio de la encarnación y la relación con el Reino afloran aquí de nuevo. Sólo la humanidad entra en juego, no el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. Las afirmaciones del Nuevo Testamento y de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia sobre la eficacia de la redención y de la salvación operadas por Cristo no pueden reducirse al buen ejemplo que éste nos ha dado” – objeta la “notificación” romana.

¿Quién tiene la razón: Roma o Jon Sobrino?

Desde un punto de vista católico y dogmático, esta pregunta puede parecer chocante. No lo es, sin embargo, desde el punto de vista de una teología cristiana crítica que tenga razones que oponer al magisterio que quiere ejercer, desde el punto de vista de la jerarquía católica, la Congregación romana para la Doctrina de la Fe. Se examinarán aquí las razones en el mismo orden en que las expone la Notificación que comentamos.

1.- En cuanto a la metodología

La discusión acerca de cuál sea el lugar teológico desde donde se pueda reflexionar sobre Jesús, el Cristo, - si “la Iglesia” o “los pobres”-, podría parecer superflua, si se considera que la Iglesia de que se trata es la que ha hecho efectivamente la “opción por los pobres” a que se refieren muchos documentos eclesiásticos, sobre todo del episcopado latinoamericano. Pero el énfasis de Sobrino tiene la gravedad de una advertencia a las iglesias que históricamente han estado más bien cercanas al poder político y a la riqueza, si no han sido más bien aliadas con estas instancias, con las que Jesús de Nazaret no hizo pacto alguno.
Respecto al lenguaje de los Concilios Ecuménicos, que éste sea deudor de la cultura de su época, es una tesis hoy día admitida generalmente en teoría del conocimiento. De allí se sigue que las afirmaciones conciliares no tengan validez si se las traslada a una matriz cultural diferente, o si los presupuestos teóricos en los que ellas se afincaban dejan de ser sustentables.

2. La divinidad de Jesús

En la afirmación de la divinidad de Jesús, Jon Sobrino es de hecho más tradicional que muchos teólogos contemporáneos. Es cierto que su explicación de que el Hijo asume al hombre Jesús deja que desear en cuanto a precisión terminológica, sin embargo no se le puede achacar la duplicación de sujetos que la “Notificación” le atribuye. Por otra parte, la confesión de fe: “Jesús es hijo de Dios”, se orienta, como toda confesión, más al seguimiento de un ser humano volcado enteramente hacia su Dios, su Padre, que a la precisión de un concepto. En la historia de la religión de Israel y en la de otras religiones, el término “hijo de Dios” no tuvo nunca el significado de “consubstancial” con la divinidad que le dio el Concilio de Calcedonia en el siglo IV. Desde el punto de vista de una reflexión sobre el lenguaje se debe advertir que el predicado “Dios” de la afirmación “Jesucristo es Dios” cae fuera de la experiencia humana, por lo que hay que decir que la frase no contiene la definición de una cosa o esencia, sino que expresa que el compromiso de la fe del creyente en el sentido indicado por el seguimiento de Jesús es absoluto.

3. Jesús, su fe y el Reino de Dios

La dificultad que tiene el documento romano en admitir la diferencia que existe entre Jesús y el Reino de Dios, como también la dificultad de representarse a Jesús como un “creyente” al igual que nosotros, echa raíces en una desconfianza radical frente a la afirmación de que Jesús es hombre verdadero. Como tal, Jesús fue un ser humano en búsqueda de Dios, no en “visión” (beatífica) de él, y su oración del Huerto y desde la cruz lo muestra como dramáticamente humano en su oscuridad y abandono. El también oró con nosotros al enseñarnos a orar por que el Reino de Dios venga hacia nosotros, y por tanto, no se identificó con el Reino, al que veía realizarse parcialmente en su vida y en la de sus discípulos.

4. La conciencia de Jesús

En el mismo sentido del tema del párrafo anterior, la teología y la consideración creyente contemporáneas no se escandalizan de descubrir en Jesús los tanteos de una conciencia que no sabe y que busca los caminos de Dios en los encuentros y confrontaciones con otros seres humanos. Nada hay de escandaloso en la consideración de un Jesús que no se sabía de antemano como el “salvador”, pero que era capaz de entrever la acción salvífica de Dios realizándose a través de sus propias palabras y de los hechos de su vida, hasta la tragedia de su muerte. Quien – como Jesús - confía en Dios a través y más allá de una muerte asumida como consecuencia de una opción de amor incondicional al prójimo, está realizando un acto eficazmente – y no sólo ejemplarmente – salvífico, porque pone en la historia de la humanidad una claridad que rara vez aparece con tal fuerza.

En conclusión

En este artículo, hemos querido razonar críticamente en diálogo y discusión con un documento de la iglesia católica romana. Lo hacemos, no porque pensemos que Jon Sobrino haya dicho la última palabra, sino porque sentimos que él, al igual que otros “teólogos de la liberación”, tratan de decir, en sus escritos y con su acción, algo que está muy cerca de lo que Jesús mismo habría dicho en diálogo con nuestros contemporáneos, sobre todo junto con los pueblos empobrecidos en Latinoamérica. Y lo hacemos para apoyar este esfuerzo y hacer escuchar sus resonancias más allá de los silencios que quiere imponerles una congregación romana que nos merece respeto, aunque y porque ella misma no es consciente de sus propias limitaciones conceptuales.

jueves, 1 de marzo de 2007

De Oaxaca a Teotihuacán y Guadalupe



Notas sueltas de un viaje a México

por Manuel Ossa
10.02.07


Emplazada entre montañas,entre tres valles: Etla, por el norte, Zimatlan por el sur, Tlacolulca, en sus laderas, como en una enorme anfiteatro, Oaxaca es la Nueva Antequera de los españoles, en el sitio que desplazó, a la llegada de los conquistadores, la antigua dominación Zapoteca. Esta capital y sede de culturas que se remonta por lo menos a cinco siglos antes de Cristo, fue rebautizada en sus ruinas a veinte minutos de la actual Oaxaca, como Monte Albán, denominándose así también los diversos períodos de sucesivos florecimientos y decadencias de esa civilización.


La ciudad misma de Oaxaca es una maravilla urbana, arquitectónica y vegetal a la vez. Estamos alojados en el Hotel Monte Albán, antiguo palacio que un obispo de Oaxaca mandó construir para él hacia 1800, con enormes piedras de cantera, en sitio cuadrangular, frente a la catedral. Vestigio del poder y la riqueza de la iglesia en aquella época.
Pero no es el único ni el mayor. Está también la iglesia de los dominicos y su antiguo claustro contiguo, hoy día convertido en museo.


Salí de ambos con una mezcla de admiración y rabia. El oro derrochado en los enchapados de la iglesia, las imágenes pintadas en bóvedas, cúpulas y altares, el fausto del sillón episcopal (del que se dice en un pendón moderno junto al altar que ese "humilde servicio" debe mostrar la grandeza y el señorío de la divinidad) - todo ello me habla de poder religioso utilizado claramente para reforzar la dominación eclesiástica y la de los ejércitos y administradores reales - dominación que iba claramente de la mano con el enriquecimiento de los frailes.


En un recuadro del museo se dice, con velada picardía, que la ciudad de Oaxaca creció durante la colonia en torno a los conventos - que fue donde más se contribuyó al mestizaje del pueblo...
Dedicados a salvar las almas de los indios, los frailes destruyeron sus divinidades y su cultura. No vacilaron al comienzo en callar y ocultar la imagen de Jesús crucificado por dos motivos, el uno alegado, el otro más oculto. El alegado, para no favorecer con la imagen sangrante la tendencia sacrificial de la religión zapoteca y mexicana en general. La oculta: para no presentarles a los indios la idea de que el dios de los españoles era un dios derrotado...
Sin embargo, el Jesús llagado y doliente fue descubierto a poco andar por los indígenas y adoptado como imagen de su propio sacrificio de dominados, diezmados y subordinados a los conquistadores y colonizadores...


Religión como instrumento de dominación. No sólo la católica, sino también la de los indígenas. Porque fue esa la función que su propia religión tuvo para sus pueblos. Y cuando la religión decayó en su poder por haber profetizado algo que no se cumplió - que los españoles volverían a sus tierras dejando libre a México de su dominio - entonces los jefes militares indios la reinventaron y se volvieron sus propios sacerdotes, porque la necesitaban como elemento de legitimación de su poder y para lanzar al pueblo a luchas defensivas o conquistadoras.
Lo que queda de todo ello lo hemos palpado en nuestro encuentro con indígenas en la catedral, donde hombres viejos, mujeres de mediana edad y hasta algunos jóvenes, visitan los diversos altares de su devoción, pues los hay para todos, uno tras otros... (Como el del Señor del Despacho Rápido, en la catedral del México, llamado así porque al parecer no tarda en escuchar los ruegos de sus devotos…)


Fuera de la iglesia, en el negocio hay también religión. Lo vimos mientras desayunábamos, cuando una mujer se persignó con el billete que le diera Verónica, pidiéndole a Dios que esa primera venta del día - bastante grande, porque recibió de una vez más de cien pesos - le trajera suerte para las horas siguientes en que iría recorriendo las mesas de los restaurantes en la plaza, como otros cientos de niños y mujeres que pululan para ofrecernos a los turistas el producto del trabajo artesanal del padre o del esposo - quien sigue trabajando en su casa, o aguaita desde un dintel de puerta cercano.


18.02.07


Escribo en ciudad de México, el domingo después de nuestra vuelta de Querétaro, San Miguel de Allende y Guanajuato. Estamos terminando un periplo intenso por el corazón de este pueblo hermoso, sufrido y alegre a la vez, para el que la vida y la muerte son las dos caras de una misma y única realidad, trágica y sublime a la vez.


Antes de partir para Querétaro, visitamos, maravillados y maravillosamente guiados por Annie, el museo de arte popular. Allí se encuentran varios árboles de vida, coronados por el sol y la luna, en cuya raiz y tronco se representa la fuerza vital de un ancestro - Adán y Eva en algunos, en otros un indígena o un "insurgente", y luego hacia arriba cualquier cantidad de ángeles y humanos en escenas de la vida y de la muerte. Pero el reverso del árbol de la vida es el árbol de la muerte, de la cual la vida también se alimenta y reproduce sin cesar.


Leyendo Pedro Páramo de Juan Rulfo en el bus que nos trajo ayer de vuelta de San Miguel de Allende, encontré otra modulación de la misma melodía. Un hombre, Pedro Páramo, que da vida y da muerte a un pueblo del que sólo quedan los murmullos de los muertos aún deambulantes y aparicientes en las noches, en los sueños, en los ensueños de los vivos - representados por uno de los supuestos hijos de Pedro Páramo, el que vuelve por encargo de su difunta madre a cobrarle en dinero o en tierras la vida que les debía por haberlos abandonado.


Es una pulsión semejante de vida y de muerte la que se encuentra en la historia y los cuadros de Frida Kahlo, cuya casa azul visitamos en el barrio de Coyoacán, y en la tremenda búsqueda vital de Diego de Rivera, cuya casa natal visitamos en Guanajuato. Guadalupe Rivera, su hija (que se llame Guadalupe no deja de ser paradójico, - pues su padre escribió “No hay dios” en su fresco Paseo por la Alameda, letrero que tuvo que borrar por presión de los curas -, pero la paradoja se da a entender, porque en Diego Rivera se abrazan los indígenas y los mestizos mexicanos igual al abrazo que se dan en esa mujer indígena, emparentada fisionómicamente con el indio Juan Diego, todos los mexicanos).


19.02.07


Dos santuarios mexicanos al término de nuestro viaje: Teotihuacán y Guadalupe.
A las nueve de una mañana fresca, despejado el cielo, llegamos a la “ciudad donde los hombres se convierten en dioses". Tal es una de las traducciones posibles del nombre que le dieron al lugar los mexica posteriores, cuando la civilización y cultura teotihuacana ya se había extinguido en el siglo VIII d.C. por razones que se desconocen: ¿levantamiento popular contra los sacerdotes-señores? ¿Invasión de otros pueblos de la región? ¿Catástrofes naturales de sequía o inundación? ¿O todas estas causas juntas? Lo cierto es que ese pueblo asentado como cultivadores generó su casta de ricos debido a los excedentes agrícolas y un culto donde los sacerdotes dictaron las leyes que supuestamente iban a aplacar o mantener propicios a los dioses y las diosas de fertilidad, del agua, de la tierra, del sol y de la luna. De allí resultó una dominación y una casta de dominadores y un pueblo que se les sometió y comenzó a levantar casas, palacios y templos monumentales, primero a la luna - la pirámide al cabo norte del callejón de los muertos -, algunos siglos más tarde al sol, a medio camino, y templos a la serpiente alada, Quetzalcoátl.


La monumental cultura teotihuacana conoció apogeos, declinación y derrumbe hasta desaparecer. Pero los mexica leyeron esa desparición en clave de glorificación: hombres que se convierten en dioses. La muerte es glorificación. Por eso en la dedicación del templo a la Serpiente Alada se sacrificaron 260 hombres, ataviados y alajados, en grupos que marcaban el ritmo del calendario. Como otras “víctimas” de sacrificios, tendrían la misión gloriosa de escoltar al dios sol en su diario viaje alrededor de la tierra…


Que el hombre se vuelva dios, ¿no es ése un ideal humano profundo? ¿el más profundo? Atanasio explica la redención en términos de humanización de Dios para que el hombre se vuelva dios... Por eso, en la fórmula de Calcedonia, Jesús fue proclamado dios “de la misma naturaleza” que su padre, para que el ser humano cumpliera con su anhelo, al menos en uno de sus ejemplares, y si lo cumple en uno, lo realiza en todos, pues en él estaríamos todos “recapitulados”... Teotihuacan duró nueve siglos. Los ecos de Calcedonia no se extinguen aún. ¿Por cuánto tiempo?