sábado, 3 de abril de 2010

¿Quién nos protege?

¿Quién nos protege?

“Se nos mueve el piso”, se nos ha movido el piso como nunca antes, nunca había durado tanto, nunca había abarcado tanto espacio, nunca había destruido tantas casas y calles, ni tampoco tantos comportamientos, costumbres y convicciones.

Se nos mueve el piso, y durante cuatro días no hay Estado, ni comunicaciones, ni luz, ni agua en muchas partes. No nos falta el aire, pero si el aliento, que es tanto como el aire.

Se nos mueve el piso, y sigue moviéndose. Ya no hay nada firme. Sobrevivimos, ¿por cuánto tiempo?

No depende de nosotros, sino del desplazamiento de unas placas – tectónicas, las llaman. Son invisibles, pero más poderosas que todo lo que se puede ver. Placas calculadas por geofísicos. Ellas producen desde abajo el efecto material que luego nosotros construimos aquí arriba, en la superficie, como tembladera social de dimensiones.

Lo construimos con nuestro pavor, nuestro helársenos la sangre, nuestro mirar fijo con rostros desencajados a quienes nos devuelven una mirada semejante, que no ofrece asidero, porque la vida misma se ha vuelto gelatinosa, como el suelo al pisarlo, cuando tiembla, a cada rato. Lo construimos con nuestro miedo.

Miedo. Tenemos miedo de la tierra que nos sostiene, que pueda dejar de sostenernos, abrírsenos para tragarnos, desprender guijarros o rocas que nos hieran, derrumbar casas y edificios, acabar con todo lo que tenemos y queremos: con todo y todos o con muchos.

Miedo a la falta de cobijo. Desprotegidos.

* * *

En 1755 hubo un terremoto terrible en Lisboa. Cuatro años después, Voltaire escribió su sátira Cándido. Era un ajuste de cuentas con Leibniz, pero también con Dios. Con el Dios de Leibniz. Este filósofo había escrito cuarenta años antes una “defensa de Dios”: si Dios era bueno y había creado el mejor de los mundos posibles, entonces el mal no existía sino en razón de otros bienes mayores, previstos por Dios.

A lo largo de decenas de peripecias atroces que le toca vivir a Cándido, Voltaire se ríe de la explicación de Leibniz. Entre otros dramas, Cándido se salva por poco de perecer en el terremoto de Lisboa… Al final, a Cándido y su comparsa de personajes azotados por el destino no les queda otra salida que “cultivar su jardín”: “trabajemos sin razonar. Es la única manera de volver soportable la vida…” Es la conclusión a que llega Martín, un ilustrado socio de Cándido.

La crítica de la Ilustración ha hecho mella en nuestra cultura, pues pocos son los que piensan hoy como Leibniz… ¿Qué bien mayor podría compensarle en algo a la mamá a quien el tsunami le arrebató dos hijos de sus brazos? El proverbio popular – “no hay mal que por bien no venga” – sonaría aquí como burla cruel.

Pero entonces, ¿protegía alguien a esa mamá y a sus niños? ¿Alguien nos protege a nosotros, sobrevivientes, contra esas placas subterráneas movedizas que le quedaron mal puestas al Dios creador? ¿Hay un Dios que nos proteja de su propia creación?

Al Dios cuya Sabiduría “juega con la redondez de la tierra”, como dice la Biblia (Proverbios 8, 31), ¿no se le estará pasando la mano con su jueguito? ¿O nosotros los humanos somos apenas un minúsculo y pasajero epifenómeno en un sistema solar destinado fatalmente a desaparecer tal vez para siempre en la nada de un “agujero negro”?

* * *

El terremoto nos enfrenta inevitablemente con Dios. Nos confronta con él. Cualquiera sea la explicación que demos de este sinsentido, estamos confrontados aquí con el Sentido Último de nuestra existencia o con la Roca en que se funda nuestro ser. Confrontados por el sí o por el no. Confrontados, como lo estuvieron nuestros padres en la fe, un Jacob que salió rengo de luchar toda una noche contra él, o un Job que maldijo el día en que fue engendrado…

¿Hay un sentido del sinsentido? ¿Hay algo o alguien que nos proteja? ¿Hay algo así como un seno materno, bien cálido, bien total y amoroso, que nos cobije ahora y en la hora en que vacile el piso donde taconean tan altivos nuestros pies?

No lo podemos responder con la sola cabeza, tan acostumbrada a hacer cálculos. Los cálculos fallan cuando se trata del sentido. Y no sólo entonces, pues parecen haber fallado muchos cálculos en la construcción de autopistas y de rascacielos. Pero a lo mejor, si después de todos ellos, y de todas las rabias, angustias y penas… nos recordamos sencillamente de lo que nos sostuvo… y sostiene:

· “En los largos tres minutos del sismo, simplemente nos abrazamos, tú y yo, sintiendo que íbamos a morir, pero juntitos… Y eso sellaba una vida...”

· “En las noches siguientes al sismo, dormimos los cuatro en una sola cama… para cobijarnos…”

· “Los cuatro días que siguieron al sismo, no hice más que tomar café y mirar el suelo… sin casa. Pero ahora vamos a preparar los útiles escolares, porque los niños entran a clase…”

· “Sí, es nuestro hijo. El estudia en la Universidad ingeniería. Pero ahora está aquí con nosotros en el campo, dale que dale con el martillo y el serrucho, porque se nos cayó todo y lo estamos volviendo a parar…”

No hay cobijo fuera de esta comunidad humana de hombres, mujeres y niños que formamos todos. Nos damos cobijo entre todos. O no hay cobijo. De eso depende que haya Dios o que no lo haya.

Manuel Ossa B.

En Pirque, Pascua de Resurrección 2010

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