sábado, 3 de abril de 2010

Respuesta a Fernando Villegas

Una respuesta a Fernando Villegas

En un comentario en el diario La Tercera[1], Fernando Villegas hace uso de su excelente pluma castellana, y también de su arte de sofista, para confirmar, desde su propia interpretación, los miedos y prejuicios de sus admiradores sobre hechos que, en torno al terremoto, nos han conmovido a todos.

A estos hechos se los ha descrito - no sólo bajo la pluma de Villegas - como “saqueo”, “pillaje” y “vandalismo”, y se los ha calificado de “robo” y, consiguientemente, de “delito”.

No descartamos que haya habido delitos y robos propiamente dichos en las acciones ocurridas en varios supermercados de diversas ciudades y pueblos. En efecto, hemos visto en las pantallas de TV a muchachos llevándose lavadoras y otros electrodomésticos. Hemos sabido de la existencia de mercado negro de productos básicos, por lo que no descartamos que también se hubieran cometido delitos en la adquisición de estos bienes que se revendían a precios elevados.

Sin embargo, rechazamos, como método sesgado de análisis, el tomar la “parte por el todo”. Lo que en letras es una figura o tropo llamado metonimia y sirve para enfocar el aspecto más importante de una cosa o hecho, en manos de un analista social, como quiere serlo Villegas, se convierte en un instrumento tan poco fino y tan dañino como lo sería un mazo, en vez de la llave, para abrir una puerta, - en este caso, la puerta que diera acceso a la interpretación de una realidad compleja.

La situación era, para muchas madres y padres de familia – los mismos que podemos encontrar en el bus o en la oficina, como dice Villegas -, no sólo compleja, sino perpleja. ¿Qué hacer para darles pan y leche a los niños, ponerles pañales a las guaguas, en suma, para alimentar a la familia en momentos en que todavía la autoridad estaba evaluando la catástrofe? La Presidenta en ejercicio y el Presidente electo sobrevolaban en helicóptero las zonas siniestradas. Fuera de esos ruidos de motores representando al Estado, no se oían aún los de los aviones o camiones que podrían traer, como lo hicieron hacia Haití, las vituallas indispensables.

En efecto, cuando lo indispensable falta y no se prevé cuándo ni cómo se lo podría adquirir, entonces se está frente a un caso de “necesidad extrema”. Y éste es el que define la perplejidad en que se encontraban muchos padres y madres de familia: ¿qué hacer? ¿pedirle al vecino? ¿o sacar lo indispensable allí donde se encuentra almacenado? Pero, ¿no es esto robo?

Para quienes hemos sido educados bajo el lema de la inviolabilidad de la propiedad privada, la figura del “delito” está clara. Sin embargo, un moralista tan conspicuo y ajeno a cualquier contagio ideológico de “izquierdas” como Tomás de Aquino (un teólogo del siglo XII y “santo” de la Iglesia Católica) escribe repetidas veces, invocando la autoridad de San Ambrosio de Milán, un “Padre de la Iglesia” católica, que “en caso de extrema necesidad, todas las cosas son comunes”[2]. Claro, Tomás de Aquino tenía una pluma y una mente sin prejuicios, ni los de izquierdas, como decíamos, pero tampoco los de impío individualismo que se nos ha venido inculcando desde la época del primer mercantilismo mundial, pero sobre todo en nuestros días de implacable y globalizado neoliberalismo.

En la misma sección de la anterior cita, Tomás de Aquino escribe una frase que hoy le sería devuelta con el apelativo de “comunista” a quien quisiera repetirla. La repito, pues, aun exponiéndome a ese “peligro” (si lo fuera…): “Se puede hablar de riquezas injustas, es decir, de desigualdad a causa de la repartición desigual que hace que, estando uno en la indigencia, viva otro en la abundancia”[3].

Esa es la razón por la cual se produce de pronto una “necesidad extrema” que no podemos entender cabalmente, en toda su angustia visceral y epidérmica, quienes vivimos “en la abundancia”. Y en esa “necesidad extrema” se fundamenta no sólo el impulso, sino también el derecho a hacerse de aquellos bienes indispensables que han sido devueltos, por la naturaleza misma de las cosas, desde la propiedad privada a la propiedad común o comunitaria.

Villegas le da también con el mazo cuando busca las causas de que ésta, la chilena, sea una “sociedad enferma”, como él la diagnostica. Pues, según él, el “comburente” que le da persistencia a la “mezcla explosiva” de desigualdad, por un lado, y de “aspiraciones adquisitivas”, por otro, es nada menos que “la hegemonía ideológica de las doctrinas acerca de los derechos humanos”.

Interpretando la frase según su tenor gramatical estricto, parece que Villegas no pone en tela de juicio las doctrinas acerca de los derechos humanos, sino sólo la “hegemonía ideológica” con la que se las habría puesto en práctica, con supuestas consecuencias desastrosas para el cuidado del orden público. Hay, pues, aquí un juicio político sobre la aplicación judicial de las mismas. Según él, habría operado una “hegemonía ideológica”, es decir, algo así como una dictadura, que habría impuesto “lenidad y obsecuencia” en su aplicación práctica judicial y legal. Es una crítica grave que toca a la Judicatura chilena. Pero, más allá de ello, es un desconocimiento, a estas alturas mañoso, insultante y, esta vez sí que ideológico, de las muertes, desaparecimientos y de todo lo que sufrieron cientos y miles de ciudadanos durante la dictadura militar.

Villegas le da no sólo con el mazo, sino con la pistola, cuando llega a felicitar con el epíteto de “valiente” al carabinero que amenazó con su arma a un delincuente. Admitamos que éste sea un verdadero “delincuente”. Pero por algo en Chile se suprimió la pena de muerte… ¿Cuál habría sido el juicio si la pistola hubiera sido gatillada? ¿Se justificaría la muerte de un muchacho como castigo de un robo que se realiza en circunstancias en que otras personas están legítimamente haciendo uso de su derecho a la vida mediante la recuperación de bienes indispensables que, como lo hemos argumentado, por la situación misma de “necesidad extrema”, han sido devueltos como comunes?

Manuel Ossa Bezanilla

Investigador de Plataforma Nexos



[1] “La Pistola al Cuello”, 2 de marzo de 2010

[2] Suma Teológica, II - IIae, cuestión 32, artículo 7º, respuesta a la 3ª objeción; II - IIae, cuestión 187, artículo 4º, en el cuerpo del artículo.

[3] Suma Teológica, II - IIae, cuestión 32, artículo 7º, respuesta a la 1ª objeción

¿Quién nos protege?

¿Quién nos protege?

“Se nos mueve el piso”, se nos ha movido el piso como nunca antes, nunca había durado tanto, nunca había abarcado tanto espacio, nunca había destruido tantas casas y calles, ni tampoco tantos comportamientos, costumbres y convicciones.

Se nos mueve el piso, y durante cuatro días no hay Estado, ni comunicaciones, ni luz, ni agua en muchas partes. No nos falta el aire, pero si el aliento, que es tanto como el aire.

Se nos mueve el piso, y sigue moviéndose. Ya no hay nada firme. Sobrevivimos, ¿por cuánto tiempo?

No depende de nosotros, sino del desplazamiento de unas placas – tectónicas, las llaman. Son invisibles, pero más poderosas que todo lo que se puede ver. Placas calculadas por geofísicos. Ellas producen desde abajo el efecto material que luego nosotros construimos aquí arriba, en la superficie, como tembladera social de dimensiones.

Lo construimos con nuestro pavor, nuestro helársenos la sangre, nuestro mirar fijo con rostros desencajados a quienes nos devuelven una mirada semejante, que no ofrece asidero, porque la vida misma se ha vuelto gelatinosa, como el suelo al pisarlo, cuando tiembla, a cada rato. Lo construimos con nuestro miedo.

Miedo. Tenemos miedo de la tierra que nos sostiene, que pueda dejar de sostenernos, abrírsenos para tragarnos, desprender guijarros o rocas que nos hieran, derrumbar casas y edificios, acabar con todo lo que tenemos y queremos: con todo y todos o con muchos.

Miedo a la falta de cobijo. Desprotegidos.

* * *

En 1755 hubo un terremoto terrible en Lisboa. Cuatro años después, Voltaire escribió su sátira Cándido. Era un ajuste de cuentas con Leibniz, pero también con Dios. Con el Dios de Leibniz. Este filósofo había escrito cuarenta años antes una “defensa de Dios”: si Dios era bueno y había creado el mejor de los mundos posibles, entonces el mal no existía sino en razón de otros bienes mayores, previstos por Dios.

A lo largo de decenas de peripecias atroces que le toca vivir a Cándido, Voltaire se ríe de la explicación de Leibniz. Entre otros dramas, Cándido se salva por poco de perecer en el terremoto de Lisboa… Al final, a Cándido y su comparsa de personajes azotados por el destino no les queda otra salida que “cultivar su jardín”: “trabajemos sin razonar. Es la única manera de volver soportable la vida…” Es la conclusión a que llega Martín, un ilustrado socio de Cándido.

La crítica de la Ilustración ha hecho mella en nuestra cultura, pues pocos son los que piensan hoy como Leibniz… ¿Qué bien mayor podría compensarle en algo a la mamá a quien el tsunami le arrebató dos hijos de sus brazos? El proverbio popular – “no hay mal que por bien no venga” – sonaría aquí como burla cruel.

Pero entonces, ¿protegía alguien a esa mamá y a sus niños? ¿Alguien nos protege a nosotros, sobrevivientes, contra esas placas subterráneas movedizas que le quedaron mal puestas al Dios creador? ¿Hay un Dios que nos proteja de su propia creación?

Al Dios cuya Sabiduría “juega con la redondez de la tierra”, como dice la Biblia (Proverbios 8, 31), ¿no se le estará pasando la mano con su jueguito? ¿O nosotros los humanos somos apenas un minúsculo y pasajero epifenómeno en un sistema solar destinado fatalmente a desaparecer tal vez para siempre en la nada de un “agujero negro”?

* * *

El terremoto nos enfrenta inevitablemente con Dios. Nos confronta con él. Cualquiera sea la explicación que demos de este sinsentido, estamos confrontados aquí con el Sentido Último de nuestra existencia o con la Roca en que se funda nuestro ser. Confrontados por el sí o por el no. Confrontados, como lo estuvieron nuestros padres en la fe, un Jacob que salió rengo de luchar toda una noche contra él, o un Job que maldijo el día en que fue engendrado…

¿Hay un sentido del sinsentido? ¿Hay algo o alguien que nos proteja? ¿Hay algo así como un seno materno, bien cálido, bien total y amoroso, que nos cobije ahora y en la hora en que vacile el piso donde taconean tan altivos nuestros pies?

No lo podemos responder con la sola cabeza, tan acostumbrada a hacer cálculos. Los cálculos fallan cuando se trata del sentido. Y no sólo entonces, pues parecen haber fallado muchos cálculos en la construcción de autopistas y de rascacielos. Pero a lo mejor, si después de todos ellos, y de todas las rabias, angustias y penas… nos recordamos sencillamente de lo que nos sostuvo… y sostiene:

· “En los largos tres minutos del sismo, simplemente nos abrazamos, tú y yo, sintiendo que íbamos a morir, pero juntitos… Y eso sellaba una vida...”

· “En las noches siguientes al sismo, dormimos los cuatro en una sola cama… para cobijarnos…”

· “Los cuatro días que siguieron al sismo, no hice más que tomar café y mirar el suelo… sin casa. Pero ahora vamos a preparar los útiles escolares, porque los niños entran a clase…”

· “Sí, es nuestro hijo. El estudia en la Universidad ingeniería. Pero ahora está aquí con nosotros en el campo, dale que dale con el martillo y el serrucho, porque se nos cayó todo y lo estamos volviendo a parar…”

No hay cobijo fuera de esta comunidad humana de hombres, mujeres y niños que formamos todos. Nos damos cobijo entre todos. O no hay cobijo. De eso depende que haya Dios o que no lo haya.

Manuel Ossa B.

En Pirque, Pascua de Resurrección 2010

jueves, 15 de marzo de 2007

OBJECIONES ROMANAS A UN TEÓLOGO LATINOAMERICANO

Manuel Ossa

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado una “NOTIFICACIÓN sobre las obras del P. Jon SOBRINO S.J.”, aprobada el 13 de octubre de 2006 por el Papa Benedicto XVI en audiencia con el Cardenal Prefecto William Levada, quien la firmó en Roma el 26 de Noviembre de 2006. Las obras que menciona explícitamente la “notificación” son dos: Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret (abreviado: Jesucristo) y La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas (abreviado: La fe)

Esta “notificación” objeta los siguientes puntos de la obra de Jon Sobrino: “1) los presupuestos metodológicos enunciados por el Autor, en los que funda su reflexión teológica, 2) la divinidad de Jesucristo, 3) la encarnación del Hijo de Dios, 4) la relación entre Jesucristo y el Reino de Dios, 5) la autoconciencia de Jesucristo y 6) el valor salvífico de su muerte.”

Afirmaciones de Sobrino – objeciones de Roma

1.- Entre los presupuestos metodológicos, la “notificación” critica que Sobrino diga que el lugar donde se desarrolla la reflexión teológica sobre Jesús sea la “Iglesia de los pobres”. A la “notificación” le parecen objetables las siguientes afirmaciones tomadas del libro Jesucristo Liberador: "La cristología latinoamericana [...] determina que su lugar, como realidad sustancial, son los pobres de este mundo…" (p. 47.): "Los pobres cuestionan dentro de la comunidad la fe cristológica y le ofrecen su dirección fundamental" (p. 50); la "Iglesia de los pobres es […] el lugar eclesial de la cristología, por ser una realidad configurada por los pobres" (p. 51). "El lugar social, es pues, el más decisivo para la fe, el más decisivo para configurar el modo de pensar cristológico y el que exige y facilita la ruptura epistemológica" (p. 52).

La respuesta de la Congregación es que “el lugar eclesial de la cristología no puede ser la "Iglesia de los pobres", sino la fe apostólica transmitida por la Iglesia a todas las generaciones.”

Otro de los presupuestos metodológicos criticado es la forma como Sobrino trata a los Concilios. Según la “notificación” romana, aunque Sobrino “no niega el carácter normativo de las formulaciones dogmáticas, pero, en conjunto, no les reconoce valor más que en el ámbito cultural en que nacieron “.

2.- En cuanto a la divinidad de Jesucristo, las frases de Sobrino objetadas por la “notificación” son algunas como las siguientes: “En el Nuevo Testamento [...] hay expresiones que, en germen, llevarán a la confesión de fe en la divinidad de Jesús" (La fe, 468-469). "En los comienzos no se habló de Jesús como Dios ni menos de la divinidad de Jesús, lo cual sólo acaeció tras mucho tiempo de explicación creyente, casi con toda probabilidad después de la caída de Jerusalén" (La fe, 214).”
A ello, el documento romano opone que la divinidad de Jesús “ha sido objeto de la fe de la Iglesia desde el comienzo, mucho antes de que en el Concilio de Nicea se proclamara su consustancialidad con el Padre.”

Si bien la “notificación” romana reconoce que Sobrino es categórico para decir que “desde una perspectiva dogmática debe afirmarse, y con toda radicalidad, que el Hijo (la segunda persona de la Trinidad) asume toda la realidad de Jesús, y aunque la fórmula dogmática nunca explica el hecho de ese ser afectado por lo humano, la tesis es radical. El Hijo experimenta la humanidad, la vida, el destino y la muerte de Jesús" (Jesucristo, 308)”; sin embargo le critica de adoptar una teología incompatible con el dogma del Concilio de Calcedonia por insinuar que el Hijo de Dios asume la humanidad de Jesús, lo que supondría la existencia de dos sujetos en Cristo: uno humano y otro divino.

3. El documento objeta que Sobrino niegue la identidad entre Jesús y el Reino de Dios, y que afirme que Jesús tenga un papel mediador frente al Reino en razón de su ser de hombre.

4. Otra idea que Sobrino comparte con muchos otros teólogos, pero que le parece inaceptable a la Congregación romana es la que describe a Jesús como un creyente: “Por lo que toca a la fe, Jesús es presentado, en vida, como un creyente como nosotros, hermano en lo teologal, pues no se le ahorró el tener que pasar por ella. Pero es presentado también como hermano mayor, porque vivió la fe originariamente y en plenitud (12,2). Y es el modelo, aquel en quien debemos tener los ojos fijos para vivir nuestra propia fe (La fe, 258).” La notificación romana contrapone: “ La relación filial de Jesús con el Padre, en su singularidad irrepetible no aparece con claridad en los pasajes citados; más aún, estas afirmaciones llevan más bien a excluirla. Considerando el conjunto del Nuevo Testamento no se puede sostener que Jesús sea "un creyente como nosotros".”
5. El documento romano objeta luego lo que Sobrino piensa sobre la conciencia que tuvo o no tuvo Jesús de traer la salvación mediante su muerte: "Digamos desde el principio que el Jesús histórico no interpretó su muerte de manera salvífica, según los modelos soteriológicos que, después, elaboró el Nuevo Testamento: sacrificio expiatorio, satisfacción vicaria [...]. En otras palabras, no hay datos para pensar que Jesús otorgara un sentido absoluto trascendente a su propia muerte, como hizo después el Nuevo Testamento" (Jesucristo, 261). "

En esa misma línea, la “notificación” romana critica también la explicación que da Sobrino del valor salvífico de la muerte de Jesús, en cuanto que esta muerte manifiesta lo que es de veras el ser humano en que ha soñado Dios: “Lo salvífico consiste en que ha aparecido sobre la tierra lo que Dios quiere que sea el ser humano […]. El Jesús fiel hasta la cruz es salvación, entonces, al menos en este sentido: es revelación del homo verus, es decir, de un ser humano en el que resultaría que se cumplen fácticamente las características de una verdadera naturaleza humana [...]. El hecho mismo de que se haya revelado lo humano verdadero contra toda expectativa, es ya buena noticia, y por ello, es ya en sí mismo salvación [...]. Según esto, la cruz de Jesús como culminación de toda su vida puede ser comprendida salvíficamente. Esta eficacia salvífica se muestra más bien a la manera de la causa ejemplar que de la causa eficiente. Pero no quita esto que no sea eficaz " (Jesucristo, 293-294).”

A esta concepción, el documento romano le objeta que “la redención parece reducirse a la aparición del homo verus, manifestado en la fidelidad hasta la muerte. La muerte de Cristo es exemplum (ejemplo) y no sacramentum (don). La redención se reduce al moralismo. Las dificultades cristológicas notadas ya en relación con el misterio de la encarnación y la relación con el Reino afloran aquí de nuevo. Sólo la humanidad entra en juego, no el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación. Las afirmaciones del Nuevo Testamento y de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia sobre la eficacia de la redención y de la salvación operadas por Cristo no pueden reducirse al buen ejemplo que éste nos ha dado” – objeta la “notificación” romana.

¿Quién tiene la razón: Roma o Jon Sobrino?

Desde un punto de vista católico y dogmático, esta pregunta puede parecer chocante. No lo es, sin embargo, desde el punto de vista de una teología cristiana crítica que tenga razones que oponer al magisterio que quiere ejercer, desde el punto de vista de la jerarquía católica, la Congregación romana para la Doctrina de la Fe. Se examinarán aquí las razones en el mismo orden en que las expone la Notificación que comentamos.

1.- En cuanto a la metodología

La discusión acerca de cuál sea el lugar teológico desde donde se pueda reflexionar sobre Jesús, el Cristo, - si “la Iglesia” o “los pobres”-, podría parecer superflua, si se considera que la Iglesia de que se trata es la que ha hecho efectivamente la “opción por los pobres” a que se refieren muchos documentos eclesiásticos, sobre todo del episcopado latinoamericano. Pero el énfasis de Sobrino tiene la gravedad de una advertencia a las iglesias que históricamente han estado más bien cercanas al poder político y a la riqueza, si no han sido más bien aliadas con estas instancias, con las que Jesús de Nazaret no hizo pacto alguno.
Respecto al lenguaje de los Concilios Ecuménicos, que éste sea deudor de la cultura de su época, es una tesis hoy día admitida generalmente en teoría del conocimiento. De allí se sigue que las afirmaciones conciliares no tengan validez si se las traslada a una matriz cultural diferente, o si los presupuestos teóricos en los que ellas se afincaban dejan de ser sustentables.

2. La divinidad de Jesús

En la afirmación de la divinidad de Jesús, Jon Sobrino es de hecho más tradicional que muchos teólogos contemporáneos. Es cierto que su explicación de que el Hijo asume al hombre Jesús deja que desear en cuanto a precisión terminológica, sin embargo no se le puede achacar la duplicación de sujetos que la “Notificación” le atribuye. Por otra parte, la confesión de fe: “Jesús es hijo de Dios”, se orienta, como toda confesión, más al seguimiento de un ser humano volcado enteramente hacia su Dios, su Padre, que a la precisión de un concepto. En la historia de la religión de Israel y en la de otras religiones, el término “hijo de Dios” no tuvo nunca el significado de “consubstancial” con la divinidad que le dio el Concilio de Calcedonia en el siglo IV. Desde el punto de vista de una reflexión sobre el lenguaje se debe advertir que el predicado “Dios” de la afirmación “Jesucristo es Dios” cae fuera de la experiencia humana, por lo que hay que decir que la frase no contiene la definición de una cosa o esencia, sino que expresa que el compromiso de la fe del creyente en el sentido indicado por el seguimiento de Jesús es absoluto.

3. Jesús, su fe y el Reino de Dios

La dificultad que tiene el documento romano en admitir la diferencia que existe entre Jesús y el Reino de Dios, como también la dificultad de representarse a Jesús como un “creyente” al igual que nosotros, echa raíces en una desconfianza radical frente a la afirmación de que Jesús es hombre verdadero. Como tal, Jesús fue un ser humano en búsqueda de Dios, no en “visión” (beatífica) de él, y su oración del Huerto y desde la cruz lo muestra como dramáticamente humano en su oscuridad y abandono. El también oró con nosotros al enseñarnos a orar por que el Reino de Dios venga hacia nosotros, y por tanto, no se identificó con el Reino, al que veía realizarse parcialmente en su vida y en la de sus discípulos.

4. La conciencia de Jesús

En el mismo sentido del tema del párrafo anterior, la teología y la consideración creyente contemporáneas no se escandalizan de descubrir en Jesús los tanteos de una conciencia que no sabe y que busca los caminos de Dios en los encuentros y confrontaciones con otros seres humanos. Nada hay de escandaloso en la consideración de un Jesús que no se sabía de antemano como el “salvador”, pero que era capaz de entrever la acción salvífica de Dios realizándose a través de sus propias palabras y de los hechos de su vida, hasta la tragedia de su muerte. Quien – como Jesús - confía en Dios a través y más allá de una muerte asumida como consecuencia de una opción de amor incondicional al prójimo, está realizando un acto eficazmente – y no sólo ejemplarmente – salvífico, porque pone en la historia de la humanidad una claridad que rara vez aparece con tal fuerza.

En conclusión

En este artículo, hemos querido razonar críticamente en diálogo y discusión con un documento de la iglesia católica romana. Lo hacemos, no porque pensemos que Jon Sobrino haya dicho la última palabra, sino porque sentimos que él, al igual que otros “teólogos de la liberación”, tratan de decir, en sus escritos y con su acción, algo que está muy cerca de lo que Jesús mismo habría dicho en diálogo con nuestros contemporáneos, sobre todo junto con los pueblos empobrecidos en Latinoamérica. Y lo hacemos para apoyar este esfuerzo y hacer escuchar sus resonancias más allá de los silencios que quiere imponerles una congregación romana que nos merece respeto, aunque y porque ella misma no es consciente de sus propias limitaciones conceptuales.

jueves, 1 de marzo de 2007

De Oaxaca a Teotihuacán y Guadalupe



Notas sueltas de un viaje a México

por Manuel Ossa
10.02.07


Emplazada entre montañas,entre tres valles: Etla, por el norte, Zimatlan por el sur, Tlacolulca, en sus laderas, como en una enorme anfiteatro, Oaxaca es la Nueva Antequera de los españoles, en el sitio que desplazó, a la llegada de los conquistadores, la antigua dominación Zapoteca. Esta capital y sede de culturas que se remonta por lo menos a cinco siglos antes de Cristo, fue rebautizada en sus ruinas a veinte minutos de la actual Oaxaca, como Monte Albán, denominándose así también los diversos períodos de sucesivos florecimientos y decadencias de esa civilización.


La ciudad misma de Oaxaca es una maravilla urbana, arquitectónica y vegetal a la vez. Estamos alojados en el Hotel Monte Albán, antiguo palacio que un obispo de Oaxaca mandó construir para él hacia 1800, con enormes piedras de cantera, en sitio cuadrangular, frente a la catedral. Vestigio del poder y la riqueza de la iglesia en aquella época.
Pero no es el único ni el mayor. Está también la iglesia de los dominicos y su antiguo claustro contiguo, hoy día convertido en museo.


Salí de ambos con una mezcla de admiración y rabia. El oro derrochado en los enchapados de la iglesia, las imágenes pintadas en bóvedas, cúpulas y altares, el fausto del sillón episcopal (del que se dice en un pendón moderno junto al altar que ese "humilde servicio" debe mostrar la grandeza y el señorío de la divinidad) - todo ello me habla de poder religioso utilizado claramente para reforzar la dominación eclesiástica y la de los ejércitos y administradores reales - dominación que iba claramente de la mano con el enriquecimiento de los frailes.


En un recuadro del museo se dice, con velada picardía, que la ciudad de Oaxaca creció durante la colonia en torno a los conventos - que fue donde más se contribuyó al mestizaje del pueblo...
Dedicados a salvar las almas de los indios, los frailes destruyeron sus divinidades y su cultura. No vacilaron al comienzo en callar y ocultar la imagen de Jesús crucificado por dos motivos, el uno alegado, el otro más oculto. El alegado, para no favorecer con la imagen sangrante la tendencia sacrificial de la religión zapoteca y mexicana en general. La oculta: para no presentarles a los indios la idea de que el dios de los españoles era un dios derrotado...
Sin embargo, el Jesús llagado y doliente fue descubierto a poco andar por los indígenas y adoptado como imagen de su propio sacrificio de dominados, diezmados y subordinados a los conquistadores y colonizadores...


Religión como instrumento de dominación. No sólo la católica, sino también la de los indígenas. Porque fue esa la función que su propia religión tuvo para sus pueblos. Y cuando la religión decayó en su poder por haber profetizado algo que no se cumplió - que los españoles volverían a sus tierras dejando libre a México de su dominio - entonces los jefes militares indios la reinventaron y se volvieron sus propios sacerdotes, porque la necesitaban como elemento de legitimación de su poder y para lanzar al pueblo a luchas defensivas o conquistadoras.
Lo que queda de todo ello lo hemos palpado en nuestro encuentro con indígenas en la catedral, donde hombres viejos, mujeres de mediana edad y hasta algunos jóvenes, visitan los diversos altares de su devoción, pues los hay para todos, uno tras otros... (Como el del Señor del Despacho Rápido, en la catedral del México, llamado así porque al parecer no tarda en escuchar los ruegos de sus devotos…)


Fuera de la iglesia, en el negocio hay también religión. Lo vimos mientras desayunábamos, cuando una mujer se persignó con el billete que le diera Verónica, pidiéndole a Dios que esa primera venta del día - bastante grande, porque recibió de una vez más de cien pesos - le trajera suerte para las horas siguientes en que iría recorriendo las mesas de los restaurantes en la plaza, como otros cientos de niños y mujeres que pululan para ofrecernos a los turistas el producto del trabajo artesanal del padre o del esposo - quien sigue trabajando en su casa, o aguaita desde un dintel de puerta cercano.


18.02.07


Escribo en ciudad de México, el domingo después de nuestra vuelta de Querétaro, San Miguel de Allende y Guanajuato. Estamos terminando un periplo intenso por el corazón de este pueblo hermoso, sufrido y alegre a la vez, para el que la vida y la muerte son las dos caras de una misma y única realidad, trágica y sublime a la vez.


Antes de partir para Querétaro, visitamos, maravillados y maravillosamente guiados por Annie, el museo de arte popular. Allí se encuentran varios árboles de vida, coronados por el sol y la luna, en cuya raiz y tronco se representa la fuerza vital de un ancestro - Adán y Eva en algunos, en otros un indígena o un "insurgente", y luego hacia arriba cualquier cantidad de ángeles y humanos en escenas de la vida y de la muerte. Pero el reverso del árbol de la vida es el árbol de la muerte, de la cual la vida también se alimenta y reproduce sin cesar.


Leyendo Pedro Páramo de Juan Rulfo en el bus que nos trajo ayer de vuelta de San Miguel de Allende, encontré otra modulación de la misma melodía. Un hombre, Pedro Páramo, que da vida y da muerte a un pueblo del que sólo quedan los murmullos de los muertos aún deambulantes y aparicientes en las noches, en los sueños, en los ensueños de los vivos - representados por uno de los supuestos hijos de Pedro Páramo, el que vuelve por encargo de su difunta madre a cobrarle en dinero o en tierras la vida que les debía por haberlos abandonado.


Es una pulsión semejante de vida y de muerte la que se encuentra en la historia y los cuadros de Frida Kahlo, cuya casa azul visitamos en el barrio de Coyoacán, y en la tremenda búsqueda vital de Diego de Rivera, cuya casa natal visitamos en Guanajuato. Guadalupe Rivera, su hija (que se llame Guadalupe no deja de ser paradójico, - pues su padre escribió “No hay dios” en su fresco Paseo por la Alameda, letrero que tuvo que borrar por presión de los curas -, pero la paradoja se da a entender, porque en Diego Rivera se abrazan los indígenas y los mestizos mexicanos igual al abrazo que se dan en esa mujer indígena, emparentada fisionómicamente con el indio Juan Diego, todos los mexicanos).


19.02.07


Dos santuarios mexicanos al término de nuestro viaje: Teotihuacán y Guadalupe.
A las nueve de una mañana fresca, despejado el cielo, llegamos a la “ciudad donde los hombres se convierten en dioses". Tal es una de las traducciones posibles del nombre que le dieron al lugar los mexica posteriores, cuando la civilización y cultura teotihuacana ya se había extinguido en el siglo VIII d.C. por razones que se desconocen: ¿levantamiento popular contra los sacerdotes-señores? ¿Invasión de otros pueblos de la región? ¿Catástrofes naturales de sequía o inundación? ¿O todas estas causas juntas? Lo cierto es que ese pueblo asentado como cultivadores generó su casta de ricos debido a los excedentes agrícolas y un culto donde los sacerdotes dictaron las leyes que supuestamente iban a aplacar o mantener propicios a los dioses y las diosas de fertilidad, del agua, de la tierra, del sol y de la luna. De allí resultó una dominación y una casta de dominadores y un pueblo que se les sometió y comenzó a levantar casas, palacios y templos monumentales, primero a la luna - la pirámide al cabo norte del callejón de los muertos -, algunos siglos más tarde al sol, a medio camino, y templos a la serpiente alada, Quetzalcoátl.


La monumental cultura teotihuacana conoció apogeos, declinación y derrumbe hasta desaparecer. Pero los mexica leyeron esa desparición en clave de glorificación: hombres que se convierten en dioses. La muerte es glorificación. Por eso en la dedicación del templo a la Serpiente Alada se sacrificaron 260 hombres, ataviados y alajados, en grupos que marcaban el ritmo del calendario. Como otras “víctimas” de sacrificios, tendrían la misión gloriosa de escoltar al dios sol en su diario viaje alrededor de la tierra…


Que el hombre se vuelva dios, ¿no es ése un ideal humano profundo? ¿el más profundo? Atanasio explica la redención en términos de humanización de Dios para que el hombre se vuelva dios... Por eso, en la fórmula de Calcedonia, Jesús fue proclamado dios “de la misma naturaleza” que su padre, para que el ser humano cumpliera con su anhelo, al menos en uno de sus ejemplares, y si lo cumple en uno, lo realiza en todos, pues en él estaríamos todos “recapitulados”... Teotihuacan duró nueve siglos. Los ecos de Calcedonia no se extinguen aún. ¿Por cuánto tiempo?

sábado, 3 de febrero de 2007

REVISITANDO A KEYNES

Reflexiones sobre un artículo

Susan George, Presidenta del Transnational Institute de Amsterdam, escribe un artículo en la edición francesa de enero de Le Monde Diplomatique, donde sugiere que, después de la segunda guerra europea, el comercio mundial habría podido organizarse de manera bien distinta a como resultó del Acuerdo General Comercial y Aduanero GATT que de hecho fue firmado en 1947 , si se hubiera adoptado la propuesta de John Maynard Keynes en 1942, propuesta que fuera defendida por los británicos en la conferencia de Bretton Woods en 1944, pero que luego cayera en el olvido debido al desinterés y la oposición de los representantes estadounidenses en el momento de firmarse finalmente el citado acuerdo tarifario y comercial.

Era la situación de la postguerra. A los Estados Unidos le preocupaba que las naciones europeas, no podían ser sus socios ni contrapartes comerciales mientras no emergieran de la pobreza y de las ruinas que había dejado tras sí la guerra. En ese ambiente se elaboraba el Plan Marshall que devolvería a Europa su poder de compra y su competitividad exportadora, estimulando la industria, la agricultura y el comercio. Por su parte, Keynes ponía mucho énfasis en la estabilidad de la economía, pues se daba cuenta que la segunda guerra mundial había sido desencadenada en último término por la avidez monopólica y acaparadora y por la competencia a muerte por los mismos mercados entre las potencias.

Para asegurar esa estabilidad, Keynes proponía una organización internacional del comercio que lograra un equilibrio mundial entre exportadores e importadores de alimentos y materias primas, por un lado, y entre capitalistas y trabajadores, por otro.

Con esta propuesta, Keynes pretendía hacer frente a la cesantía y restablecer equidad de los salarios. Respecto a las inversiones extranjeras, éstas no deberían servir como base de apoyo para influir en las políticas internas de los países miembros. La propuesta favorecía la creación de industrias para elaborar los productos básicos de cada territorio y la intervención del Estado para estabilizar los precios. En la propuesta quedaban autorizados los subsidios estatales y las propuestas públicas para promover la industria nacional. Se recomendaba el cuidado de los recursos naturales escasos o agotables.

La institucionalidad de esta Organización sería democrática, en cuanto que el derecho a voto no sería proporcional a los aportes económicos de cada Estado, - como es el caso de las instituciones que de hecho nacieron de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial - sino igual para todos: un Estado, un voto.

Keynes había ideado además la creación de un Banco Central Mundial que regulara los préstamos y las inversiones. Se crearía una moneda única mundial, mediante cuya regulación las cuentas nacionales de importación y exportación no arrojarían ni excedentes ni pérdidas al cabo de cada ejercicio anual, pues, según Keynes, tanto la exagerada acumulación de divisas, como la escasez de ellas, desestabilizan la economía y la política mundiales. Para obligar a este equilibrio, Keynes había ideado un mecanismo que imponía una multa sobre los créditos que pasaran de cierto límite, de tal manera que no sólo los deudores, sino también los Estados acreedores, es decir, los que registraran superávit en su balanza de pagos, tendrían que pagar intereses sobre el propio superávit. El Banco Central Mundial confiscaría el dinero correspondiente a esa multa a los países acreedores que no redujeran su superávit, sea avaluando su dinero para no seguir exportando, sea aumentando sus importaciones de los países en déficit. Con este dinero se crearía un fondo de reserva de utilidad común.

Con ello, todos ganarían, también los trabajadores, pues el reparto mundial sería más equitativo.

Pero “el proyecto de Keynes no llegó a buen término”… concluye el artículo. Y el resultado está a la vista: endeudamiento de los países pobres, dependencia creciente de los mismos, aumento desmedido del egoísmo de los ricos, proporcional al aumento de su riqueza.

Hasta aquí el resumen del artículo.

La autora no menciona uno de los factores que gravitaba en los ideólogos del orden económico de Bretton Woods y en el mismo Keynes: la presencia y el dinamismo de la economía comunista soviética, resentida como una amenaza suplementaria contra la estabilidad de las economías capitalistas.

Desde que desapareció este factor, lo que queda en evidencia más que nunca es que la inestabilidad temida por Keynes es inherente a las contradicciones que alberga el sistema capitalista. La libre competencia desatada y sin límites no produce el efecto que Adam Smith atribuía a la “mano invisible” – imagen mítica, tomada sin crítica de la teoría leibniziana de una supuesta “armonía preestablecida” en toda la creación. Ni el egoísmo sin trabas de los individuos, ni la maximización de las ganancias de las corporaciones, se armonizan con un “bien común” o “para todos” que de ellos resultara como por encanto. Muy por el contrario: el desencanto de esa ilusión es lo que se desarrolla hoy ante nuestros ojos en la miseria y pobreza de las grandes mayorías en el mundo.

Hoy ya no sería posible, por cierto, replantear tal cual la propuesta de Keynes de una organización del comercio como él la soñó, pues las circunstancias son otras. Tampoco sabemos si la aceptación de esa propuesta habría traído al mundo la estabilidad que Keynes preveía como su consecuencia. Sin embargo, el hecho masivo de la presente inestabilidad mundial, por un lado, y de la competencia desatada y sin regulación alguna de los capitales internacionales, por otro, llama a reflexionar y a actuar. Ahora no se trata ya de salvar el capitalismo, como entonces, sino de idear caminos nuevos que la humanidad globalizada pueda transitar para sobrevivir en y con un mundo que da muestras de agotarse por todos los costados.

sábado, 16 de diciembre de 2006

Maquinista en grúa

Santiago Centro está lleno de grúas. Se han vuelto indispensables en la construcción de edificios. Les llaman “plumillas”, aunque, como me lo explicaron, la plumilla es sólo la parte giratoria paralela al suelo.

Quien me lo explicó fue un maquinista con quien me encontré al término de un viaje nocturno en bus. Nos bajamos en la misma parada. venía de una obra en una región sureña. Lleva catorce años en el oficio - la edad que también tiene su hijo mayor.
Y ¿cómo empezó?


Comencé aprendiendo de un amigo, por afición, a lo maestro chasquilla. Ahora el oficio se ha profesionalizado. Hay más exigencias. No se entra sin un aprendizaje previo, ni se mantiene uno en él sin someterse mensualmente a un examen médico riguroso. En el último examen, el médico me dijo que, con medio kilo más de peso, no tendría permiso para subir a la grúa, por los problemas de presión y otros.

¿A qué altura trabaja?

Vamos en el piso 15.

¿Unos 40 a 50 metros…? ¿Y no le da vértigo?

El principal problema es el viento que corre en la región. La carga tiene que encajar en corredores que, en los edificios modernos, son cada vez más estrechos. Cuando hay viento, es difícil y peligroso. Aunque el cable es especial anti torsión, el viento mueve la carga y se corre peligro de golpear a los que la reciben y tienen que ajustarla en el hueco. Un golpe por efecto de péndulo, a esa altura, los desbanca… Dependiendo de la fuerza del viento, hay momentos en que no se debe seguir trabajando, por el peligro. Entonces, hay que avisar por radio que no da para más... Al jefe no le gusta, pero la responsabilidad es de uno, y el jefe acaba por aceptarlo, si uno tiene antigüedad y es bien considerado como trabajador. Pero no todos se atreven a enfrentar al jefe, o a contradecirle...

¿Cuánto rato tiene que permanecer a esa altura?

Depende: entre ocho y trece horas, porque aquí se trabaja a sobretiempo. El arriendo de la grúa es caro, 3 millones al mes, y no se puede perder tiempo.

¿Sin parar?

Sin parar. Uno se lleva un sandwich para comer y una bebida, y punto...

Y ¿cómo se las arregla para sus necesidades?
Bueno, lo líquido es fácil, en una botella o algo así... Para lo otro, no sé si es muy bueno, pero el cuerpo se acostumbra, una vez por la mañana, antes de subir, otra por la noche, después de bajar.

Y ahora Ud. viene a su casa, a descansar unos días?

Una semana. Llevo un mes sin volver.

¿Tienen el sistema como el de los mineros, cuatro semanas en la obra y una de descanso?

No, esta semana es parte de mis vacaciones. Después vuelvo a la región hasta febrero o marzo, cuando la obra termine...

¿Y después, dónde va?

Bueno, donde me manden, claro que con los años que llevo, el jefe me pregunta. En marzo preferiría algo más cerca de mi familia. Mi lolita de tres años me echa mucho de menos - y yo a ella también. Se vuelve loca, me dice mi señora, cuando ella va a cobrar lo que yo le mando, la hija le dice: ya, y díle al papá que se venga al tiro...

Ud. Me habló de los controles médicos. ¿Hay controles parecidos para las máquinas?

Supongo que sí. Claro que hasta ahora no he visto que dejen a una máquina fuera de servicio.

Pero hay accidentes, como ese del año pasado, donde murió una persona al caerse una máquina. ¿No hay cansancio de material?

Ese accidente no se debió a que la máquina se cayó, sino a que la hicieron caer por manejarla mal...

¿Cómo así?

Claro, las máquinas tienen un aparato electrónico que se llama el "limitador". Si le cargan más que el peso para el cual está programada, el computador detiene todos los comandos de la máquina...

¿Pero entonces, cómo se explica que esa máquina se haya caído? ¿falló el computador?

No, lo que pasa es que a veces la carga máxima es, pongámosle, una tonelada, y viene el ingeniero y necesita subir un artefacto que pesa cien o doscientos kilos más. Entonces le pide al maquinista que le haga una paleteada, y suspenda la acción del limitador. Hay veces en que el maquinista saca el aparato... Entonces la máquina acepta cualquier peso... hasta que se rompe... Y es lo que tiene que haber pasado en ese caso... La máquina pertenecía a la empresa constructora.

¿Cada empresa tienen sus máquinas?

No, sólo las más grandes. Si no, hay en Chile sólo cuatro firmas que arriendan grúas, españolas o alemanas, como la que trabajo yo. Las de ahora son muy buenas y seguras. No como las que tenía cuando comencé, hace catorce años, cuando nació mi hijo mayor...

¿Y Ud., por qué aprendió el oficio?

Bueno, soy del campo, de la región de Los Angeles, pero retirado para la cordillera, y no tuve oportunidad de estudiar mucho. Así que me fui a la construcción, y ayudándole a un amigo, aprendí y me entusiasmé, porque lo hacía bien y ganaba más plata. Con esa plata me he podido comprar una casa a doce años. Pero un día, más adelante, voy a volver con mi familia a mi tierra en el sur...

Manuel Ossa
5 de diciembre de 2006

domingo, 26 de noviembre de 2006

EL HOMBRE JESÚS Y SU DIOS

La dificultad para el diálogo interreligioso de afirmar la "encarnación" de Dios

1. La convicción doctrinaria del cristianismo que más ha entrabado el diálogo interreligioso es aquélla que se formula en la afirmación dogmática que Dios se ha encarnado en la persona de Jesús. Con esta formulación, el Cristianismo, protestante o católico, se distingue de otras religiones reveladas y monoteístas afines, como el Judaísmo y el Islam, al atribuirle a Dios una presencia terrena e histórica contingente y particular y al remontar la fundación de la iglesia a una iniciativa del Dios hecho hombre. Este convencimiento implica la afirmación de ser la única religión verdadera – y la única iglesia para los católicos. Ella explica en parte la intolerancia de la que las iglesias cristianas han dado prueba a veces en la historia. Si hoy los cristianos son más tolerantes, permanece todavía una cierta suficiencia o sentimiento de superioridad, por ejemplo, en la forma como se construye mentalmente un estatuto de “cristianismo anónimo” para reconocer de alguna manera como propios a los “hombres de buena voluntad”. A esta actitud algo altanera se ha llegado no por razones puramente religiosas, sino por el uso que el poder político ha hecho de la religión y de las iglesias cristianas, uso al que las iglesias por su parte se han prestado, y no siempre de mala gana.

2. Sin embargo, en los tiempos modernos varias oleadas de críticas racionales han remecido los fundamentos de muchas representaciones comunes a las iglesias cristianas.

• La crítica inicial vino de la Ilustración, la cual comenzó a remover en los siglos XVII y XVIII las bases históricas y literarias de la Biblia. De allí han salido no sólo el laicismo y la irreligión, sino varios intentos serios de refundar la religión dentro de los límites de la razón, conservando, eso sí, los valores éticos que ella afirmaba y garantizaba.

• En la línea de la Ilustración, pero apelando a principios distintos que los de la
pura razón, han argumentado los “maestros de la sospecha” tales como Nietzsche, quien critica a la ética y a la religión desde la “voluntad de poder”; Marx, quien extiende a la religión la sospecha de hacerse cómplice de los intereses económicos del capital; Freud y el psicoanálisis, para quien el origen de la religión está en las pulsiones reprimidas del inconsciente.

• En nuestros días de “globalización”, la crítica a las iglesias cristianas se alza potente en los pueblos del Sur y del Oriente de esta tierra, porque se las vincula al imperialismo cultural del Occidente. Las iglesias hacen un enorme esfuerzo por redefinir su “misión” en términos de in-culturación o de diálogo interreligioso

3. La confluencia de estas sospechas y críticas con el cambio de visión del mundo
que ha traído la ciencia contemporánea ha llevado a que algunos teólogos cristianos se pongan a reconsiderar los fundamentos del “dogma” central del cristianismo – el de la encarnación, en cuanto que éste supone la existencia de otro mundo distinto del material, fuera del tiempo y del espacio, anterior y superior al de nuestra experiencia diaria, desde donde un ser divino hubiera bajado a la tierra, haciéndose hombre, para volver, tras una corta y dolorosa experiencia de vida humana, al otro mundo eterno del que habría venido.

II. Reconsideración crítica del dogma cristiano de la encarnación
Esta reconsideración crítica tiene varios pasos, entre los cuales se enumerarán sumariamente los siguientes:

1. Desde el punto de vista que hoy tenemos de los condicionamientos culturales, parece imposible que Jesús se haya igualado a Dios. Como judío, Jesús creía en el Dios único, Yahvé. Para el pensamiento hebreo, la palabra “Dios” no se refería a una categoría de seres que incluyera varios dioses, como en el pensamiento griego. En la cultura hebrea, daba lo mismo decir “Yahvé” que decir “Dios”, porque en ambos casos se trataba del Único.

2. El estudio de las fuentes bíblicas confirma lo dicho en el punto anterior, pues no consta en los evangelios que Jesús haya tenido conciencia de ser Dios, ni que los discípulos le hayan adorado como Dios. Las frases que se aducen como prueba de ambas aseveraciones, o bien no son atribuibles a Jesús y son por tanto posteriores, o bien Jesús y sus discípulos sólo pudieron haberlas pronunciado en el sentido metafórico en que se usan en los salmos y demás escrituras hebreas. Incluso hay indicios contrarios a una conciencia divina, como el que Jesús rechaza el calificativo de “bueno” que le da el joven rico, con el argumento de que el único bueno es Dios (Mc. 10,17 //). Otros indicios son la confesión de su ignorancia respecto al día del juicio (Mc 13:32); su equivocación respecto a la pronta llegada del Reino de Dios (Mc 14:25) y las señales que Jesús mismo da de estar sorprendido (Mt. 8,10//Lc. 7,9) o de aprender de la experiencia (Mc. 5,30).

3. Luego después de la muerte de Jesús, los discípulos tuvieron una experiencia que, contra toda esperanza, transformó sus vidas, vinculándolos estrechamente entre ellos y con quien había sido su Maestro. Fue la experiencia de que Jesús, no obstante su muerte, seguía presente y eficaz en medio de ellos, con su misma vida y energía. No podían contar mejor esta experiencia que refiriéndose al paso de la muerte a la vida, como si ellos mismos vivieran después de la muerte, o hubieran muerto y vuelto a vivir con Jesús, quien se les había “hecho ver” (w[fqh, I Cor 15,6,7,8) como viviente después de su muerte.

4. Quienes vivieron directamente la experiencia de “ver” de alguna manera al que había muerto y de confiar en que de alguna manera seguía viviendo, se pusieron a
seguirlo y a continuar con él, como quien vive en medio de ellos, la construcción de comunidades de amor fraterno y de justicia, con miras a acoger el Reino de Dios entre los seres humanos. Al mismo tiempo, iniciaron un proceso de rememoración de los dichos y hechos de su Señor, entendiéndolos de forma nueva al confrontar las Escrituras hebreas con su propia experiencia del viviente (Lc. 24), proceso que pusieron luego por escrito. Lo recordaban como el Jesús de Nazaret, al que Dios había “ungido con poder” (de ahí el nombre de Cristo, es decir, Ungido) y que había pasado “haciendo el bien”, ... “porque Dios estaba con él” (Hechos 10,38). Por eso se le podía designar con diversos títulos utilizados ya en el Antiguo Testamento para calificar a otros enviados: “hijo de Dios” (Sal. 2.7), “Cristo” o “Mesías” (Dan. 9,25-26), “hijo del hombre” (Dan. 7.13; 8.16). Ninguno de estos títulos atribuía la divinidad a sus destinatarios. Su sentido era metafórico. Al ser aplicados a Jesús, estos títulos no tenían un alcance distinto. Sólo quieren afirmar que Jesús era un “hombre que venía de Dios” . En los discursos de Pedro de los Hechos de los Apóstoles, se habla de Jesús como el “hombre acreditado por Dios” (Hechos 2.22), distinto por tanto de Dios, pues “Dios hizo por su medio” las señales que lo acreditaban. Es notable que en estos primeros testimonios de las comunidades creyentes no se utiliza la fórmula “resucitó”, sino se dice que Dios lo resucitó (Hechos 2.22,32; 3, 13; 5,30; 10,40) , y que esta expresión es sólo una de las varias que se utilizan para expresar la certeza de que Dios aprobaba de manera definitiva, más allá de la muerte, lo que Jesús había hecho y dicho.

5. Entre las varias expresiones, metafóricas y equivalentes, de la fe en la aprobación divina de Jesús (glorificado, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios, se le dio un nombre sobre todo nombre...), cabe anotar acerca de la metáfora de la “resurrección” que es distinto creer “que Jesús resucitó” a creer “en Jesús resucitado”. Creer “que Jesús resucitó” o “en la resurrección” es referirse a una verdad abstracta, la misma sobre la que los atenienses le dijeron educadamente a Pablo: “te oiremos sobre esto otro día...” En cambio, creer “en Jesús resucitado” es comprometerse en proseguir la obra por él comenzada y confiar en el vigor de su espíritu que nos anima, fortalece y da esperanza a quienes vivimos cada día como emergiendo de nuestros desesperos, o levantándonos “después de la muerte” .

6. Los cristianos comenzaron a llamar “Dios” a Jesús a fines del siglo I y durante el siglo II, en el ámbito de las comunidades de cultura griega. En esta cultura, el nombre de “dios” era un predicado, atribuible a varios sujetos, sean ellos propiamente “dioses”, como Zeus, Aries, Afrodita, sean “divinos”, como Aquiles y otros héroes de los poemas épicos, o como los emperadores romanos que se hacían llamar “dios y señor”. Jesús no podía ser menos que éstos. El nombre de “dios” atribuido a Jesús en el siglo II no tenía, pues, el significado metafísico de una expresión que se referiera a su “esencia” o “naturaleza”, significado que tuvo posteriormente, sino un sentido metafórico e hiperbólico, como quien dijera: Somos seguidores de Jesús, quien vivió como hijo de Dios por su poder, bondad y sabiduría; si a otros se les llama dioses por motivos semejantes, pues bien, con mayor razón a Jesús, quien es más que todos ellos.

7. En los siglos III y IV surgen los problemas filosóficos relacionados con la afirmaciones: “Jesús es hijo de Dios” y “Jesús es Dios”. Cuando las confesiones de fe o las invocaciones (lex orandi, o fórmulas de oraciones) comenzaron a ser examinadas desde un punto de vista metafísico, esto es, como afirmaciones acerca de la esencia o la naturaleza de Jesús (lex credendi, i. e. ley acerca de una aseveración que debe tenerse por verdadera) se planteaban problemas respecto de Dios: ¿Jesús fue hijo de Dios por naturaleza o sólo adoptado? ¿Hay un solo Dios que se manifiesta de diversos modos, o hay dos dioses? Esos modos de manifestarse, ¿son sólo modos o llegan a ser personas? Entre el Hijo y el Padre, ¿hay una relación de igualdad o una de subordinación? En una cultura altamente exigente en finuras metafísicas, las formas de responder a estas preguntas eran opuestas, y cada una de ellas tenía sus líderes y seguidores, los cuales se establecían en tiendas aparte, excomulgándose recíprocamente como herejes. En medio de estas contiendas verbales – “bizantinas” - se llega a comienzos del siglo IV. El Emperador Constantino buscaba unificar su imperio recientemente conquistado y veía en la religión cristiana un factor importante de unidad. No podía gustarle, pues, que entre los cristianos existieran divisiones. Por ello convoca en Nicea, en 325, el primer Concilio Ecuménico que zanja algunas de las cuestiones disputadas y abre otras. En Nicea se decreta, en contra de la “herejía” de Arrio, que Jesucristo era Dios, igual al Padre y de su misma naturaleza. De Concilio en Concilio, de anatema en anatema, se va a Efeso, luego a Constantinopla, para llegar, a mediados del siglo V, en 451, a Calcedonia, Concilio convocado igualmente por un emperador, Marciano, pero presidido por un obispo, León, llamado “el Grande”. Pera afianzar el “dogma” de Nicea, se definió aquí que Jesucristo es una persona divina, con dos naturalezas, humana y divina, sin confusión, pero también sin separación entre ambas.

8. Pero esta definición plantea problemas insolubles, no sólo a quienes no comparten la visión metafísica subyacente a ella, sino en el interior de esa misma filosofía. Pues si es posible describir de alguna manera la naturaleza humana, es imposible definir lo que sea una “naturaleza” o una “persona divina”. Lo que se afirma de Jesús es, pues, una incógnita, por lo que la afirmación carece de sentido. Tampoco parece posible decir que una persona – en este caso, divina – pueda ser distinta de su naturaleza humana, con la cual se hallaría, sin embargo, unida... Es una afirmación contradictoria. Por otra parte, los atributos supuestamente divinos de eternidad, omniciencia y omnipotencia son de todas maneras incompatibles con la naturaleza humana.

9. En vista de estos y otros sin sentidos lógicos, los cuales chocan, además, con la visión del ser humano y del mundo contemporánea, se propone volver al Jesús del que dieron testimonio quienes vivieron con él y nos contaron la experiencia transformadora para sus propias vidas de alguien que en todo su actuar, en su enseñanza y en su muerte, hizo visible lo que puede ser Dios para el ser humano. En este sentido metafórico se puede decir que él es una encarnación de Dios, como amor dedicado y vuelto hacia Dios, olvidado de sí mismo y consecuente hasta la muerte en una vida entregada a establecer vínculos de amor entre los seres humanos – lo que él llamó el reinado de Dios. Jesús vivió así su vida humana como respuesta creyente a Dios. Por eso dejó que Dios actuara por él. Todo el actuar de este hombre, “que pasó haciendo el bien” y luchando contra todo lo que se opone a lo humano, es reflejo de la voluntad de Dios para con su criatura. Por ello, Jesús ha hecho que Dios sea real para nosotros, como encarnándolo en su vida entera. Su vida se convierte en un desafío a vivir como él, en su seguimiento.

10. Para quienes creemos en Jesús, él ha sido y es la mayor manifestación de Dios en la historia. Puede que no sea la única. El está en la historia de nuestra cultura como símbolo de un futuro de humanidad, o de lo que puede llegar a ser el ser humano, como persona y sociedad, de acuerdo al amor y al designio de Dios.
Conclusión: de vuelta al diálogo interreligioso
Desde el punto de vista recién expuesto, pareciera que esta manera de ver el cristianismo flexibiliza ciertas rigideces dogmáticas y posibilita que el cristiano adopte una actitud abierta frente a cualquier manifestación divina en otros tiempos y culturas.

Es cierto que el cristianismo queda relativizado, en cuanto que se interpretan sus afirmaciones doctrinales en función del ámbito histórico y cultural al que ellas necesariamente se refieren y del que depende. Es cierto también que se le liman sus aristas de verdad absoluta.

Sin embargo, para quienes hemos encontrado en la fe en Jesús una manera de unirnos con Dios y con el prójimo, las aristas de absoluto son innecesarias y los condicionamientos históricos son precisamente los que definen una cultura que es la nuestra. Que Dios se haya manifestado también, aunque no exclusivamente, en esta cultura nuestra, es para nosotros fuente de energía y de compromiso. Desde esta fuente salimos al encuentro de cualquier otra manifestación de Dios, asombrándonos, tal vez como Jesús (Lc. 7,9), de ver la variedad de lo divino manifestándose en todo lo humano.

Manuel Ossa
abril de 2005
Publicado en Pastoral Popular, nº 294, mayo-junio 2005,"Diálogo Interreligioso y Encarnación

Jesucristo, ¿es Dios? – Conversación en torno a un artículo

Publicamos aquí extractos de cartas intercambiadas entre Daniel Frei y Manuel Ossa, con observaciones y objeciones del primero y una respuesta del segundo, en torno a un artículo aparecido en el número anterior de la revista. Este intercambio puede responder a inquietudes de algunos lectores.

1. Objeciones de Daniel Frei

He leído con mucho interés tu artículo “Diálogo Interreligioso y Encarnación” en el pasado número de Pastoral Popular. En él dices que las condiciones para el diálogo interreligioso serían muy diferentes si los cristianos no afirmáramos que “Jesús es Dios”, o en los términos ontológicos de los Concilios: que es “igual al Padre y de su misma sustancia.

Pero la esencia del cristianismo es justamente el encuentro de lo humano y divino en la persona de Jesús. Si negamos esto, entonces la diferencia entre Jesús y nosotros, los demás seres humanos, sería sólo gradual, con lo que el papel de Jesús se reduciría al de un orientador hacia el cielo.

Precisando aún más mis dudas al respecto, te anoto las siguientes observaciones y preguntas: 1ª No has trabajado en tu artículo la exégesis bíblica de pasajes que se refieren a la resurrección: ¿qué pasa con la tumba vacía y las apariciones del resucitado? 2ª No hablas sobre la vida de oración de Jesús o la forma cómo él habla con su Padre. 3ª No explicas la manera cómo él celebra su última cena. 4ª La humanización de Jesús tiene implicancia en toda la dogmática cristiana, por ejemplo: ¿qué queda de la Trinidad? ¿Cuál es la función del Espíritu Santo como Paráclito? ¿Qué pasará con la escatología y segunda venida del Mesias? En el fondo, para dar cuenta de todo ello, habría que reescribir toda la dogmática de la religión cristiana. Sin hacer eso me cuesta aceptar una nueva interpretación de la naturaleza de Jesús.

Daniel Frei, Facultad Teológica Evangéllica, Concepción

2. Respuesta de Manuel Ossa

Jesús resucitado

Creo en Jesús resucitado. Explico lo que esta confesión de fe quiere decir para mí. Ella es adhesión a la persona de un hombre que vivió y murió mirando y escuchando siempre y por sobre todas las cosas a su Padre y nuestro Padre Dios en una actitud de confianza y entrega total. Adherir a esa persona como “resucitado” es afirmar que Dios, misterio originario, acoge a Jesús y transforma su muerte en una nueva forma de vida que perdura y se derrama en nosotros, como el viento impetuoso de su espíritu, para llegar a hacer de nosotros – a lo largo de toda nuestra historia - su nuevo cuerpo de resucitado.

Esta confesión de fe, que es nuestro punto de partida común, fue expresada de diversas maneras y con varias imágenes o figuras en el Nuevo Testamento, porque todo nuestro lenguaje está hecho de figuras y símbolos, sobre todo cuando queremos expresar la realidad del misterio original de Dios, que es objeto más de búsqueda tentativa y por rodeos, que de definición conceptual. El lenguaje simbólico del Nuevo Testamento interpreta el significado transcendente de algunas verdades históricas con medios o imágenes que corresponden al alcance cultural de la época.
El último hecho histórico acerca de Jesús que relatan unánimemente los evangelios es el del “sepulcro vacío”. Es un hecho en sí inexplicable e inexplicado. Las suposiciones respecto de quién hubiera podido realizar la sustracción de su cadáver terminan en callejones sin salida, pues no es verosímil que lo hayan hecho ni sus seguidores ni sus enemigos. En los evangelios, ese mismo hecho se convierte en un símbolo que comienza a articularse en una confesión de fe: una vida como la de Jesús no podía caer bajo el poder del Hades o lugar de la muerte (Hechos 2, 24; 27).

Memoria y visión

Junto con afirmar que el sepulcro estaba vacío, los evangelios narran una serie de experiencias en las que Jesús se había hecho presente de alguna manera a los discípulos. Una de las narraciones más significativas al respecto es la de Emaús. En ella no es la vista física de Jesús la que les hace experimentar su presencia – pues al contrario, no lo reconocían al verlo. Lo que, en la repetición de gestos como el de partir el pan, les hace comprobar que era Jesús quien de alguna manera seguía con ellos, fue su rememoración o recuerdo, unido a una meditación sobre la Escritura – lo reconocieron recién cuando él desapareció de su vista (Luc. 24, 31). No lo comprobaron en el presente – eres – sino en el pretérito: era él..., de quien hablaba la Escritura.

Esta parece ser la descripción más cercana y más ajustada de la experiencia que tuvieron los discípulos en general. Otros relatos desarrollan otras simbologías o responden a otras orientaciones catequísticas. Por lo dicho del relato de Emaús, no queda excluido que esta “visión” haya sido una visión interior, vinculada con una intensa elaboración del recuerdo o de la memoria de ese Jesús, “hombre aprobado” por Dios (Hechos 2, 22), en quien los discípulos habían creído y seguían creyendo.

Hijo de Dios

Creo en Jesús como hijo de Dios, pero entiendo la palabra “hijo” de la manera como la entiende la Biblia - lo explicaré más adelante -, no como la explicaron los Concilios. Creo también que todos estamos llamados a ser hijos y que la fe en Jesús nos pone en el camino de su seguimiento, llenos de la esperanza en que llegaremos a serlo con él y como él lo fue y lo es, de tal manera que seamos "hijos en el hijo". Pienso que estar en una proximidad tan íntima como de hijo con el Padre Dios no fue una "rapiña" que Jesús guardara mezquinamente para sí mismo (Filip. 2, 6), sino la irradiación desde él de un misterio cuya energía tiende a compenetrarnos a todos, como compenetró a Jesús y al que Jesús abrió su existencia entera. Esa apertura suya al misterio del Padre hizo que llegara a estar como en la delantera de una humanidad que está llamada a recorrer en su historia el camino de acoger a Dios hasta recibirse a sí misma enteramente de él. Por eso, en vez de excluir la “divinidad” de Jesús, me parece que el dinamismo del espíritu nos lleva de alguna manera a incluirnos en ella a todos. Hay que examinar, aunque sea a tientas, lo que eso puede significar.

Al volver al nombre “hijo de Dios” del Nuevo Testamento (por ejemplo Mt. 16,16) o de Pablo (por ejemplo en Rom. 1,1), lo entiendo como pudieron entenderla sus autores, es decir, en el contexto original bíblico judaico, en que se nombraba a alguien como “hijo” o “siervo” amado, para expresar que la respuesta de fe a un llamado o misión de Dios lo vinculaba estrechamente con él. Sin embargo, esa imagen no pretendía decir que Jesús era divino en su “esencia” o “naturaleza”. Estos conceptos que atribuyen a Jesús una igualdad esencial con su Padre y nuestro Padre Dios se fueron generando a lo largo de los siglos IV y V, en torno a las discusiones de los cuatro primeros Concilios ecuménicos. Las contradicciones en que cayeron estos Concilios, respondiéndose o corrigiéndose sucesivamente, dan cuenta de la deficiencia lógica de conceptos que, por apuntar hacia afuera del ámbito de la experiencia, no pueden atribuirse con propiedad a nadie, tampoco a Jesús. Por otra parte, los conceptos – sobre todo el de divinidad – tienen el vigor poético de la metáfora que los constituye, pues como metáfora son un grito de admiración y pasmo frente al abismo insondable de una existencia humana donde Dios ha venido a reflejarse de manera para nosotros única – aunque pueda reflejarse de manera diferente en otras culturas.

Deficientes en su lógica y maravillosamente metafóricas en su alcance, las formulaciones de los Concilios de Nicea y Éfeso además quedaron impregnadas por las voluntades de los emperadores convocantes. Esas asambleas marcaron así el umbral por el que las comunidades cristianas transitaron hacia la existencia jerarquizada de las cortes, con tronos y dignatarios revestidos de las insignias del poder político.
Este poder político comenzó luego a difundirse en el interior del ámbito eclesiástico, al configurar una iglesia estructurada por relaciones de autoridad y dependencia, ajenas a Jesús (“entre ustedes no debe ser así...”, Mc. 10,43), y también hacia el exterior, otorgando legitimación divina al poder imperial. Pues se confundieron poder divino y poder político, al atribuírselos ambos a un Jesucristo que, en virtud de su “divinidad”, había llegado a ser el Pantocrátor de los mosaicos bizantinos, figura del poder total (kratos, poder; pantós, total) - origen, fuente y justificación del poder que querían para sí los emperadores.
Espiritualidad, más bien que dogmas

¿Habría que "reescribir toda la dogmática de la religión cristiana" para aceptar una "nueva interpretación de la naturaleza de Jesús"? Tal vez. Pero mejor redescubrir una espiritualidad del seguimiento de Jesús en la entrega a los demás y a nuestra tarea en el mundo.

Al examinar los evangelios en sus orígenes, redactados sin unas categorías filosóficas que cristalizaron en la iglesia recién con ocasión de la condenación de Arrio, en la que el emperador Constantino estaba interesado, uno se vuelve contemporáneo de los primeros testigos y se encuentra de nuevo con un Jesús hombre, movido por el espíritu de su Padre Dios, vuelto enteramente hacia él y orientado, gracias a un diálogo constante con él, a entregar su vida a amar y dignificar a quienes iba encontrando en su camino – "las ovejas perdidas de la casa de Israel".
Encontrarse así con él, en la propia vida, es descubrir que Jesús es un regalo que Dios nos ha hecho en nuestra historia humana, don que puede desplegarse también en cada uno de nosotros por el espíritu creador y vivificador del Padre Dios. Encontrarse así con Jesús es descubrir de nuevo en uno mismo un llamado muy personal de Dios, semejante al que sintió Jesús, a vivir para los demás, a regalar la propia vida, dándole el sentido de don que él mismo dio a su vida y a su muerte, al significarla en el pan y vino de comunión la noche antes de su pasión. Encontrarse así con Jesús, experimentándolo en uno mismo como “espíritu vivificante” (I Cor. 15, 45; 2 Cor. 3, 17), es discernir la misión propia en el torbellino de la vida y abrir las estrecheces del yo a las amplitudes del amor de Dios para con un universo movido por su espíritu creador.

Creo que éste no es el único camino para encontrarse con Jesús, y que otros se encuentran con él por otras vías o por las de intuiciones y visiones que superan las disquisiciones teológicas. Pero me parece que también éste sirve para algunos, como yo, que no lo encuentran de otras maneras.

Manuel Ossa
Junio 2005
(publicado en Pastoral Popular Nº 295, Julio/Agosto 2005